Por Araceli Aguilar Salgado
“Cuando se borra a una mujer de la vida pública, no solo se silencia una voz: se mutila la conciencia colectiva de una nación.”
Desde agosto de 2021, tras el retorno del Talibán al poder, Afganistán ha sido testigo de una regresión brutal en materia de derechos humanos, especialmente para las mujeres. Lo que comenzó como una serie de restricciones se ha convertido en un sistema de exclusión total: un apartheid de género institucionalizado que ha borrado a las mujeres de la vida pública, del trabajo, de la educación y de la toma de decisiones. Este ensayo analiza críticamente las causas, consecuencias y desafíos de esta política de borrado, y propone caminos éticos y estratégicos para resistirla.
El borrado como política de Estado
La exclusión de las mujeres afganas no es un efecto colateral del conflicto, sino una política deliberada. Las niñas tienen prohibido asistir a la escuela a partir de los trece años; las mujeres están vetadas de la mayoría de los empleos, de la vida política y, en muchas regiones, no pueden salir a la calle sin la compañía de un hombre. Esta arquitectura de control no solo las invisibiliza, sino que las deshumaniza.
El Talibán ha institucionalizado el silenciamiento femenino como herramienta de dominación. Las mujeres han perdido el derecho a decidir sobre su salud, su educación, su movilidad y, en muchos casos, sobre su propia vida. El borrado es físico, simbólico y estructural: se les niega el acceso a espacios públicos, se elimina su representación en medios y foros internacionales, y se criminaliza su liderazgo.
Consecuencias sociales, culturales y psicológicas
La fractura social es inevitable cuando se excluye a la mitad de la población. Las niñas crecen sin modelos a seguir, las familias pierden sustento y liderazgo, y las comunidades se vuelven menos resilientes. La creatividad, la diversidad y el desarrollo moral se derrumban junto con la pérdida de población femenina activa.
La subordinación enseñada desde la infancia perpetúa matrimonios forzados, violencia doméstica y depresión. Muchas mujeres afganas viven en un estado de desesperanza, donde el suicidio se convierte en una forma de protesta silenciosa. La normalización de la poligamia y el control masculino sobre los cuerpos femeninos refuerzan una cultura patriarcal que se reproduce incluso fuera del régimen talibán.
Impacto económico y político del borrado
La exclusión de las mujeres tiene consecuencias económicas devastadoras. Según el PNUD, negarles el acceso al trabajo cuesta a Afganistán mil millones de dólares anuales. Las mujeres no solo generan ingresos, sino que sostienen sectores clave como salud, agricultura y educación. Sin ellas, el país no puede reconstruirse ni competir en la economía global.
Políticamente, el borrado femenino genera decisiones desbalanceadas y no representativas. Las mujeres han sido excluidas de los procesos diplomáticos, como la reciente reunión en Doha, donde ninguna afgana participó oficialmente. Esta omisión perpetúa la dependencia de ayuda extranjera y la fuga de cerebros, debilitando aún más la soberanía nacional.
La respuesta internacional: entre la condena simbólica y la omisión estructural
La comunidad internacional ha condenado el apartheid de género, pero las acciones han sido insuficientes. Las sanciones apuntan a líderes individuales, sin mecanismos legales sustanciales para responsabilizar al régimen. La exclusión de mujeres afganas de foros internacionales refuerza su invisibilidad y perpetúa la injusticia.
La ayuda internacional, condicionada a veces por criterios de derechos humanos, corre el riesgo de castigar a las propias víctimas. La mayoría de las mujeres afganas dependen de esa ayuda para sobrevivir. Por ello, se requiere una asistencia ética, sostenida y adaptada a las realidades locales.
Caminos de resistencia y reconstrucción
A pesar de las restricciones, existen espacios de resistencia: escuelas encubiertas, cursos en línea, mentorías, industrias domésticas y organizaciones locales. Iniciativas como la Universidad de la Gente, FutureLearn y la Escuela en Línea Herat ofrecen educación y esperanza. Aunque limitadas por la vigilancia, la exclusión digital y el analfabetismo, estas iniciativas demuestran que la resiliencia persiste.
Propuestas como el acceso gratuito a internet (ej. Starlink), programas de microcréditos, plataformas digitales para mujeres y educación híbrida pueden ser claves para reconstruir el tejido social. Pero estas soluciones deben ser culturalmente sensibles, adaptadas a contextos urbanos y rurales, y lideradas por mujeres afganas de distintas etnias y trasfondos.
Reconstruir la conciencia mutilada
El borrado de las mujeres en Afganistán es una forma de violencia estructural que amenaza con perpetuarse más allá del régimen talibán. Combatirlo requiere una respuesta ética, coordinada y persistente, que reconozca la diversidad femenina, escuche las voces locales y apoye las iniciativas de resistencia. No se trata solo de restaurar derechos, sino de reconstruir una sociedad que ha sido mutilada en su conciencia, creatividad y dignidad.
“La historia no puede escribirse sin las mujeres; y si se intenta, lo que queda no es memoria, sino silencio.”Araceli Aguilar Salgado Periodista, Abogada, Ingeniera, Escritora, Analista y comentarista mexicana, de Chilpancingo de los Bravo del Estado de Guerrero E-mail periodistaaaguilar@gmail.com